La cirugía estética tiene una característica particular que la diferencia de las otras ramas quirúrgicas: los que acuden al cirujano plástico son pacientes sanos, con ganas de cambiar un carácter particular de su aspecto que suele ser una fuente de malestar o insatisfacción. Un defecto físico visible y objetivo puede pesar mucho en la vida social del individuo aunque la manera de vivirlo varía de persona a persona. Un paciente sano es un paciente exigente que no vive de forma pasiva las decisiones llevadas a cabo por el equipo médico. Por lo tanto hay un gran cambio en la dinámica normal de la relación médico-paciente: desaparece la figura del médico que ofrece tratamiento (médico o quirúrgico) de importancia vital y aparece un profesional diferente, que trabaja para mejorar la calidad de vida a través de la corrección de imperfecciones físicas.
El cirujano tiene que intentar que el paciente consiga comunicarse de la forma más sincera posible, expresarle lo que quiere conseguir y las razones que le llevan a decidir operarse. Es sumamente importante que el especialista en cirugía estética sepa trasmitir confianza, para que la persona asuma el proceso con tranquilidad y sin inseguridades. La cirugía estética es una disciplina delicada justamente porque no siempre es fácil encontrar un punto de encuentro entre la ilusión y la realidad. A veces cuesta entender las repercusiones psicológicas que un defecto físico pueda causar en algunas personas; por otro lado, un cirujano debería conseguir entender si el paciente tiene expectativas poco realistas e incluso evitar llevar a cabo sus peticiones, porqué tal vez el problema no solo está en una característica física, si no más bien en una compleja aceptación de si mismo.
Un buen cirujano plástico debe ser, por lo tanto, un poco psicólogo y dedicar tanto tiempo como sea posible en las visitas con sus pacientes, intentando aprovechar el tiempo para captar matices y comprender el origen y final de las dudas que surgan. La comunicación es fundamental: no hay cirugía perfecta, no hay magia, cirugía sin cicatrices y otras soluciones fantásticas. A través de la cirugía estética es posible conseguir mejoras en el aspecto físico, si se advierte la necesidad, pero el cirujano estético también tiene que ser capaz de que el paciente entienda que trabajamos con unos tejidos vivos y reactivos; que el resultado de un amigo/a o una característica física de la foto de un personaje famoso nunca se pueden reproducir fielmente: no podemos hacer copias; además los cuerpos y los tejidos son distintos y característicos en cada persona. La intervención es una etapa de un camino que empieza con la primera consulta y sigue con la alta definitiva y los controles periódicos.
El cirujano estético ha de resolver las dudas de los pacientes, informarle de los detalles de la intervención, de los posibles riesgos, de los cuidados posteriores… y todo esto necesita un tiempo de interacción que no puede resolverse en una visita rápida o un “no te preocupes, ya me encargo yo de lo que es mejor para ti”. En cirugía estética necesitamos lograr un acuerdo consensuado con los pacientes y una implicación mutua tanto por parte del profesional, como de la persona intervenida, que cumpla de forma rigurosa consejos y recomendaciones pre y postoperatorios.
Con una buena comunicación y una información rigurosa, debemos también ilustrar todas las complicaciones relacionadas con la cirugía estética, episodios poco frecuentes, pero que el paciente tiene que conocer de antemano para entender que las recomendaciones tienen el objetivo de intentar minimizar los riesgos.